Crecimiento y empleo: más allá de las cifras cruzadas. Por Carolina Godoy
- CGEconomics

- 14 ago
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El desafío estratégico que deja en evidencia el debate actual es, entonces, alinear crecimiento, inversión y productividad para que la expansión económica se traduzca efectivamente en mayor empleo y en un impulso real a la competitividad de largo plazo de Chile.

En las últimas semanas, el empleo se ha convertido en tema recurrente en el debate público chileno. Titulares, declaraciones y cifras han circulado con fuerza, y el mercado laboral ha pasado a ser un arma política. Se escuchan comparaciones entre períodos, acusaciones de haber creado pocos puestos de trabajo e incluso discusiones sobre quién es responsable de la situación actual. Lo interesante es que, aunque la discusión sea intensa, el trasfondo es más profundo: la desconexión creciente entre crecimiento económico y generación de empleo.
No es un debate menor. El empleo es la variable que traduce el crecimiento en un bienestar tangible. Cuando la economía avanza pero el empleo no lo acompaña, el impulso económico pierde potencia, el consumo interno se debilita y la sensación de desarrollo no se materializa. En ese sentido, el ruido político actual tiene un gran valor: ha obligado a mirar un problema que va más allá de la coyuntura.
Porque Chile, aunque crece, lo hace de forma insuficiente para reactivar su mercado laboral. Desde el 2023, la tasa de desempleo registra cifras sobre el 8.5%, con la población ocupada prácticamente estancada. No se trata solo de un bache temporal, sino que cada vez hay más señales de que enfrentamos un fenómeno estructural.
Al analizar la relación entre crecimiento y desempleo en distintas ventanas de tiempo, se observa un patrón claro: cuando la economía crece, la tasa de desempleo tiende a bajar con cierto rezago; y viceversa, cuando la actividad se enfría, el desempleo aumenta meses después. Esta relación que parece obvia, hoy enfrenta un problema: el crecimiento reciente ha sido tan débil que no logra empujar una reducción sostenida del desempleo. El resultado es un círculo en el que el bajo crecimiento mantiene el desempleo alto, y un desempleo alto limita la recuperación económica.
De acuerdo a estimaciones propias, antes de la pandemia, bastaba con crecer alrededor de un 1.6% para que el empleo aumentara un 1%. Hoy, se necesita casi un 3% para lograr el mismo efecto. La elasticidad empleo-producto se ha deteriorado de forma estructural, y el país requiere no solo crecer más, sino crecer mejor para que ese avance se traduzca efectivamente en puestos de trabajo.
Mercado laboral excluyente
En seis años, el número total de ocupados aumentó en algo menos de 400 mil personas (398 mil). La cifra no es muy positiva en sí misma y al descomponerla por tipo de ocupación, el crecimiento se concentra casi exclusivamente en empleos de alta calificación.
Los directores y gerentes, junto con profesionales, científicos e intelectuales han aumentado en más de 458 mil personas, y los técnicos de nivel medio en unos 191 mil. En cambio, las ocupaciones elementales -trabajos no calificados, de apoyo operativo o de servicios básicos- han caído en más de 230 mil, el personal de apoyo administrativo retrocedió en más de 77 mil, y otros sectores han registrado débiles cambios. Es decir, el aumento del empleo se explica por puestos a los que una parte importante de la población no puede acceder sin contar con estudios formales.

Este fenómeno tiene implicancias profundas. Por un lado, refleja la transformación tecnológica y organizacional de las empresas: más automatización y procesos que requieren menos mano de obra operativa. Y por otro, muestra el riesgo de una diferenciación del mercado laboral en la que quienes tienen estudios superiores y habilidades digitales encuentran más opciones, mientras que el resto queda atrapado en un mercado reducido y muchas veces informal.
Inactividad que limita la recuperación
Hoy más de 900 mil personas están clasificadas como “inactivas potencialmente activas” -personas que no trabajan ni buscan empleo, pero que podrían hacerlo-, cifra que en la misma fecha de 2019 no superaba las 700 mil. Según la tendencia de la población en edad de trabajar, la fuerza laboral actual debería ser entre 200 y 300 mil personas más, pero esa brecha se concentra en gran medida en este grupo, cuya reintegración se ve desincentivada por un mercado laboral que apenas crece.
Así, la tasa de participación, que antes de la pandemia superaba el 63%, hoy se estabiliza entre 61-62%. Esta menor participación sumada a una elasticidad empleo-producto que exige casi el doble de crecimiento que antes para generar el mismo aumento en el empleo, refleja un mercado laboral más estrecho. En este contexto, el debate político debería ir más allá de contar cuántos empleos se crean y enfocarse en que los próximos sean formales, productivos y con impacto transversal en la economía.
En conclusión, la coyuntura actual ha puesto nuevamente el empleo en la agenda pública y eso, como todo desafío, también es una oportunidad. Romper el bucle recesivo entre actividad y desempleo exige más que crecer: requiere reconectar el dinamismo económico con la capacidad de generar empleo de forma sostenida. Un crecimiento que no absorbe fuerza laboral o que lo hace de forma precaria, no consolida desarrollo, simplemente mantiene un estancamiento prolongado. Hay un verdadero riesgo de perpetuar una economía de dos velocidades: un segmento altamente calificado y dinámico, y otro de menor inserción laboral y baja productividad.
El desafío estratégico que deja en evidencia el debate actual es, entonces, alinear crecimiento, inversión y productividad para que la expansión económica se traduzca efectivamente en mayor empleo y en un impulso real a la competitividad de largo plazo de Chile.
por Carolina Godoy
Fuente Ex-Ante
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